1.
Es el ocho de octubre.
Agonías de luz van hendiendo las sombras.
Se inaugura el designio de la muerte y se siembran
panoramas de niebla.
Es como si la angustia deshojara
sus rosas blancas sobre el oro muerto
del horizonte.
Entre la indecisión de mar y cielo
parece que una población dada
se detuviera a contemplar atenta,
el sangriento episodio que se intuye.

2.
Es el ocho de octubre.
Alguien descorre el gran telón del tiempo.
Y en el fondo aparece, presidiendo,
la Muerte, blanco y descarnado el rostro,
la Muerte, sobre el hombro la guadaña,
la Muerte, encabezando fatídicos prosélitos,
la Muerte, la que siega la mies rubia del alba,
la que colma de negras tintas el mar y el aire
¡Es la Muerte que llega
devorando distancias!

3.
Cerca de Mejillones
cerca de Antofagasta,
en el instante de rodar la lumbre
como un fuego otoñal sobre los médalos,
en el instante en que las olas caen
como alas de ángeles suicidas
sobre las playas,
justamente a esa hora
navega el Huáscar y la Unión navega;
navega el Huáscar y parece un raro
pájaro visionario entre las nubes.

4.
Es él. Alucinado pasea sobre el mar
sus glorias de coloso.
Está ebrio en el jardín de jacintos del alba.
Bebe en la lejanía la magia de la luz.
La aurora se le brinda desnuda y palpitante
sobre un lecho de púrpuras.
El mar, el vasto mar, tiene un preludio de arpas.
Es el Huáscar que sueña
navegando en los puros reinos de la leyenda.
Y, mientras sueña, abajo hay un rumor,
abajo, encima de las olas blancas,
un rumor de laúdes y un cantar de sirenas.
Es que es la hora en que se abre como un libro de fábula
bajo el viento que agrupa floraciones de nácar;
es la historia, la historia,
que en las páginas blancas de las nubes
pretende perpetuar en relieves inmensos
la odisea del Huáscar, el Ulises austral.

5.
Es el mismo glorioso monitor, es el Huáscar;
y la fragata Unión,
que escolta la altivez del buque solitario,
semeja un gerifalte junto a un águila blanca.
Es el Huáscar. El mismo,
el que nació para tallar su historia
en los divinos mármoles del cielo;
es él mismo, él que ingresa de frente, como un dios,
en plena eternidad.
la eternidad se le abre
como un templo y él entra mientras cantan abajo
cientos de dulces náyades en sus cítaras de oro.

6.
Hay que decirlo.
No estaba el corazón del Perú tierra adentro,
no estaba en Lima ni en el Cusco estaba;
se había trasladado hacia altamar
y palpitaba allí, dentro del Huáscar;
el Huáscar era todo un corazón,
un corazón colmado de sol y de misterio,
un corazón hecho de vientos puros,
un corazón de mar, claro y azul, abierto
como una rosa náutica hacia todas las rutas…
Hay que decirlo.
Y el Huáscar recorría el litoral
semejante, unas veces, a paloma,
semejante, otras veces, a león.

7.
Solo tejió todas sus glorias juntas;
solo, de norte a sur, paseó su señorío,
su altivez de héroe helénico,
su antigua majestad de faraón,
solo, solo, a manera de áticos dioses,
solo, un diálogo intenso con el viento y los astros,
solo, bajo las rosas del alba y del crepúsculo,
Ulises resurrecto,
Quijote de las aguas.

8.
Un veintiuno de Mayo.
Y el Huáscar -cual se baten dos argonautas griegos-
embiste a la Esmeralda.
Desde los altos médalos de Iquique,
legión de cóndores las nubes miran;
asustada la luz cierra los párpados,
y el viento, que hacia el mar
va arreando su rebaño de lomas taciturnas,
enmudece la flauta que ejecuta al silencio.

9.
Un veintiuno de Mayo.
De tres espolonazos destruye al adversario,
tres golpes magistrales, tres duros aletazos
de águila, de repente surgida entre relámpagos,
tres golpes…La Esmeralda revuélvese sangrante,
revuélvese como un dragón colérico,
revuélvese; y los mudos habitantes oceánicos
palidecen de espanto:
se oye un rumor de fuga;
las deidades marinas, las sirenas,
huyen despavoridas abandonando túnicas
entre un follaje de algas y de líquenes.

10.
La Esmeralda fenece.
Y Grau, el soñador, el Cid de aquellos mares,
temblorosas dos lágrimas al fondo de los ojos,
recoge los despojos de Prat, rival insigne;
los envuelve en los pliegues de un pabellón azul
y entre un llanto de nubes –vírgenes en martirio-
los envía a la gloria,
mientras él en la proa,
circundado de rayos recomienza a soñar,
a serenar sus iras, a arremansar sus ímpetus,
y, a pesar de los lauros que coronan sus sienes,
siente no sé qué angustias y no sé qué tristezas;
sabe que el libro blanco que fue su biografía
se ha manchado de sangre…

11.
Tenía que pisar sentimientos y escrúpulos.
Por encima de su honra y de su vida
estaba la honra de la patria toda
y la vida también de todo un pueblo.
Y así tuvo que entrar
en los reinos llameantes del terror,
en los campos de sangre de la gloria;
y se vistió de rojo, pero era un ángel rojo;
sollozando la Patria fue a alcanzarle una espada;
y desde aquel instante, velaría,
velaría adelante, hacia el futuro,
la esperanza y el sueño de los niños,
el báculo del viejo
y las mieses de Dios
en el vientre sagrado de las madres.

12.
Y así nació la historia,
y así empezó a escribir el gran capítulo
que sería su vida y que sería su muerte.
Al choque de dos mundos
-Chile y Perú- nació, como nacen los astros,
entre un huracanado viento de sur y norte.
Y se elevó hacia el cielo: -¡lábaro de luz era!-
elevose en el mar, y su alma se extendió
como un cielo de pronto nacido de las sombras.

13.
E inició la epopeya.
De su espada flamígera desprendiose la llama.
y su furia infernal de cernícalos rojos
fue desplazando a todos los buques enemigos.
El incendio, primero, de la barca Clorinda,
después la Covadonga, cañoneada,
y el Matías Cousiño, destruido…
La epopeya crecía.
Se agigantaba el Huáscar tomando dimensiones
de algún ser mitológico:
un león, un pegaso…
Se extendían sus alas de horizonte a horizonte
y azotaban las costas del país agresor.
Tocopilla, Taltal, Chañaral y Caldera
azoradas temblaban como tímidas aves.
Y paseábase el Huáscar, el león del Pacífico.
La escoltaba el asombro de los días. El viento,
tallador de las nubes, esculpía en el cielo
fugitivas visiones de epopeyas antiguas;
y la estela radiante que dejaba a su paso
era el propio camino de la gloria en la tierra.

14.
Pero un día…Era, entonces, día octavo de Octubre.
Hacia punta de Angamos iba el gran monitor.
De pronto descubriéronse tres cabelleras de humo,
bajo el humo de tres barcos y en los barcos la Muerte.
Eran tres tripulantes, tripulantes fatídicos.
Era el Blanco Encalada y el Matías Cousiño
y hacia atrás la pequeña Covadonga.
Eran tres tripulantes:
la Ambición, la Venganza y el Odio.
Y venían a modo de siniestros dragones,
reluciendo ante el alba sus corazas metálicas,
y eran ígneos sus ojos y eran rojas sus fauces.

15.
El Huáscar temerario como un toro
que escarba el suelo e invita al enemigo,
silencioso esperó… Y estaba escrito:
«morir con honra antes de huir cobarde».
Empero la agresión
extrajo a relucir la garra del instinto,
la alzó contra la víctima con tal ensañamiento
que de estupor temblaron el mar y las montañas.

16.
Y fue doblado el número.
Otros tres se añadieron,
otros tres que, de súbito, irguieron la cabeza
empenachada en negras hogueras de exterminio.
Eran tres a manera de hipogrifos o gárgolas:
el Loa, el Cochrane y el O´Higgins.
Aquello sí fue un duelo de gigantes.
Aquello sí fue la ira desatada.
En medio estaba el Huáscar
y en derredor los seis rugiendo como leones;
en medio estaba el Huáscar,
solitario y altivo, hierático y solemne,
cual si fuese la cima del propio Huascarán
coronada de rayos y de águilas bravías.

17.
Iba a darse el comienzo a un diálogo de fuego.
Iba a escribir la Historia su más alta epopeya.
La voz del Aconcagua tronaba furibunda
rajando la quietud inmensa de las costas.
Y sonaba también la voz del Huascarán;
y su voz era canto y no rugido,
no era voz de codicia ni de abismo,
era un canto marcial de libertad
y no voz de opresión;
era voz de trompeta redentora;
no era voz cataclísmica,
no era voz infernal.

18.
Duelo de gigantescas proporciones.
Combate desigual.
Si es que ese día el sol detuvo su carrera,
fue para ver la gesta mayor de toda América,
tal vez un episodio que se olvidó en la Biblia,
pues, eso sí, fue un choque de ángeles y demonios.
Milton habría dicho que el Huáscar era un ángel
que con su espada en llamas
iba luchando contra seis monstruos fabulosos.
Y eran seis vestiglos
de repente surgidos de las fauces nocturnas;
eran seis cancerberos,
seis arpías del hambre,
seis jinetes del odio
destruyendo a mordiscos la indefensa
soledad del gran Huáscar.

19.
Allí sí que murieron como dioses
los patricios del mar que comandaban
el corazón del recio monitor.
Allí voló en pedazos el gran Contralmirante.
¡Tanto era el odio para tanto amor!
¡Cómo lo destruyó!
Cuando lo supo el sol,
que miraba de lejos tembloroso y estático,
no pudo menos que verter sus lágrimas;
y eran de sangre aquellas dulces lágrimas,
y era de sangre el mar,
y de sangre las nubes,
y de sangre la luz.

20.
Hinchábanse las olas como senos convulsos
y era que extrañas ninfas lloraban desoladas.
Remedaban las nubes un cortejo de vírgenes
y era que se llevaban el cadáver de Grau.
Desgarrábase el cielo como un rojo sudario
y era que enloquecían de horror el sol y el tiempo.
Sacudió un estertor todo el suelo peruano
y era que nuestra Patria rodaba en el sepulcro.

21.
Pero el Huáscar aún sobrevivía
y era que el alma inmensa del capitán mayor
soplaba como el propio fuego de Jehová.
Ahí estaba también Diego Ferré,
-águila sideral cerniéndose en la altura-
Elías Aguirre, Gárezon,
Melitón Carvajal y tantos otros
bravíos argonautas,
allí fueron a falta de combustible echando
las fuentes de su sangre, los leños de sus huesos…
¡Qué gran puñado de hombres!
¡Qué Ulises formidables!

22.
Y el pendón bicolor -el rojo y blanco-
no quería morir, tornaba siempre
a abrir las alas sobre el alto mástil,
y allí flameaba semejante a un águila,
semejante a un estrella invulnerable
o un pedazo de cielo ensangrentado
próximo a ser tragado por las sombras.

23.
Y el Huáscar, sobre el Gólgota del mar,
crucificado fue
y encarnecido fue.
Con la muerte del Huáscar también el sol murió
y se alejó la noche por todo el litoral;
la noche, sí la noche, la misma que extendió
sus brazos como largos tentáculos de acero.
Y comenzó en la tierra del Inca y del Virrey,
en la geo paradójica de Pizarro y Castilla
un murmullo de fierros,
una siembra de lágrimas…
Era el Perú marchando encadenado,
era el Perú sangrando bajo el látigo,
siervo de nuevo -¡hay que decirlo claro!-
otra vez arrastrando las cadenas
de una oscura derrota inmerecida.

24.
Pero no monitor, no en vano monitor
moriste en el calvario: no en vano Miguel Grau
esparciste tu corazón sagrado
en los surcos del viento; que no en vano
se holocaustan los dioses…Y tu muerte
fue la misma raíz del árbol de la gloria;
fue tu sangre el ungüento del divino bautismo
de Bolognesi y Cáceres…
Tu evangelio aprendido sobre el libro del mar
llegó hacia tierra firme… Y así fueron naciendo
no esta vez argonautas ni bravíos tritones,
sino recios centauros visionarios,
y profetas y apóstoles
que fueron defendiendo tu patria, nuestra patria.

25.
Padre nuestro que estás en nuestras vidas
y nuestro corazón, bendito seas.
Padre nuestro, Señor, danos la gloria,
danos la libertad, padre Miguel…
Récente así los vientos marineros,
recénte así los días que amanecen
como dulces velámenes de ensueño;
récente así las aves que ornan los blancos mármoles
del blanco mausoleo que te erige la fábula;
récente así los cóndores, récente así las águilas,
los volcanes, los ríos, el maíz y el algarrobo;
récente así los leones que el huracán respiran
de tu valor para templar sus nervios y sus garras…
Padre nuestro que estás en todas partes,
donde se diga cielo, donde se diga mar,
donde se diga patria, donde se diga honor.

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